Crónicas de la "Cedemequis"
Lucía Castellanos Cervantes
Universidad Iberoamericana Ciudad de México
Arquitectura - Otoño 2022
Como parte del taller Rehabitar la Preexistencia, a cargo de Jimena de Gortari y Juan José Kochen, las crónicas de la "cedemequis" se presentan como un ensayo inspirado por El Vértigo Horizontal de Juan Villoro. En este texto, Lucía explora la capital, su ruido y sus espacios a partir de una visión íntima. Se concibe el espacio desde la memoria, marcando la experiencia humana en él como un lugar creador de memorias, percepciones y sentimientos que construyen y forman parte de nuestra identidad.
Elizabeth Loftus es psicóloga y ha dedicado su vida a estudiar cómo funcionan los recuerdos en la mente humana. Ella explica que la memoria no funciona como una grabadora que reproduce todo tal cual sucedió, sino que es constructiva. “La memoria se reconstruye más o menos como Wikipedia; puedes entrar en ella y editar lo que hay, y los demás también pueden hacerlo”.
Con la premisa de que la memoria es constructiva, e inspirándome en el realismo mágico, puedo contar varias historias o fragmentos de ellas, todas producto del pequeño universo que se formó en mi imaginación con ayuda de mi abuelo materno Antonio Cervantes. No me gustaría que este texto suene pretencioso y exagerado pero, creo firmemente en que mucho tuvo que ver que mi abuelo fuera arquitecto para que yo lograra edificar todas las metáforas, sensaciones, emociones y conceptos que recorrían mi cuerpo cada vez que visitaba lo que entonces se llamaba “el DF”.
Nunca sé si llamarme a mí misma “foránea” o no. Vivir en el Estado de México se siente más como vivir en un
limbo, como estar cerca, pero al mismo tiempo muy lejos de todo. Los chilangos se confunden cuando alguien “de provincia” como yo decimos: “voy a México” o “aquí en México”, refiriéndonos a la Ciudad. Darse cuenta de que referirse a la "cedemequis" así es raro.
Aunque ya pensándolo bien tiene todo el sentido del mundo, porque ahí todo es posible, todo existe, todo el mundo cabe. Y cómo no pensarlo así, si cada vez que hago memoria me acuerdo de los lugares más irreales; como el museo en el que podías hacer las burbujas más grandes del mundo y correr como hámster para elevar una bola de boliche; como la iglesia que se hunde centímetros más cada año –la misma en la que puedes ver un ayate en el que apareció la imagen de La Virgen de Guadalupe (por obra de ella misma) – ; como el Museo Nacional de Antropología con los voladores de Papantla en la entrada; o Six Flags “allá-en-el-Ajusco-y-Perisur”, como mi abuelo decía, y a dónde nos llevaba de premio después de acompañarlo a visitar otros lugares menos divertidos.
También pienso en los sonidos, como los de los organilleros que anunciaban que estábamos cerca de Bellas Artes (otro edificio pesado que se hunde), porque hablando de lo mítico y de lo mágico, uno no puede olvidarse de que la Ciudad de México fue fundada sobre agua por deber divino. También pienso en las marimbas del centro, cerca del Café Tacuba, un restaurante que le gustaba mucho al abuelo, en el que le cantamos las mañanitas más de una vez.
Aún así, cuando pienso en él viene primero el recuerdo del Sanborns de Los Azulejos, un lugar que, más que restaurante, parece una cápsula del tiempo. Hace poco leí que los Sanborns en México son como mausoleos, y yo comparto la misma idea. Mi abuelo
murió hace 5 años pero yo me lo encuentro cada vez que visito uno. A veces lo veo en la sección de revistas hojeando una que no piensa comprar, o en la dulcería tomando un bombón cubierto con chocolate sin miedo a que lo cachen en la movida, o en el restaurante pidiendo lo más caro del menú, sin olvidarse de pedir postre.
Y así como lo que significan los Sanborns, existen muchísimos lugares en México -AKA Ciudad de México- que me remiten a historias fantásticas y únicas que permanecen en mí hasta el día de hoy. No puedo estar segura de que todo lo que recuerdo de mis visitas a la Ciudad con mi abuelo haya sido exactamente como lo cuento, seguramente se ha modificado inconscientemente con el paso de los años. Pero creo que al final de cuentas, la Ciudad de México funciona de dos formas: como un punto de caos, efímero, en el que es imposible que los recuerdos se implanten; y también como un lugar de calma, en el que
es posible cerrar los ojos y pensar que todo sigue ahí, tal como lo recuerdas.

Texto enviado por los postulantes.
Publicado el 30 de junio de 2025 por Archivo de Imaginación ©.










